domingo, 30 de marzo de 2014

El reflejo de la luna

Cuando te levantas por la mañana y te dispones a vestirte, a peinarte, a arreglarte, lo que haces es mirarte al espejo, igual que cuando alguien te corta el pelo, te maquilla, etc. Por mucho que una persona te diga racionalmente que estás bien, necesitas comprobarlo por ti mismo/a, mirándote al espejo, por una necesidad, independientemente de saberlo, de sentirlo por ti mismo/a.


El sol, reflejándose en la luna, encuentra allí un lugar dónde reflejarse, un lugar dónde poder ver la armonía de su ser, su exterior, la pureza de la totalidad, cómo una interpretación del saber. La máxima fuente de sabiduría se mira en el espejo de la pureza para poder juzgarse así, porque, qué importa realmente lo que seas, si lo que de verdad ven es otra cosa, o, qué importa lo que vean, si realmente eres otra cosa.

Importa lo que sabes que eres, actuando cómo eres, cómo quieres y cómo debes, reflejándote así en ti tu propia esencia, siendo tu, de forma pura, tu propia luna.

Porque al fin y al cabo en los que otros perciban de ti, socialmente acabarás clasificado como tal, y es lo que hace la luna con el sol. No podemos mirar al sol, nos quemaría las retinas en instantes, pero al mirar la luna sabemos que el Sol es quién la ilumina. Porque al fin y al cabo es más bello aquello que nos permite ver la luz del sol que no esa luz en sí.

Cuántas noches nos habremos pasado mirando al cielo, mirando un punto dónde distraer la atención, en todo la inmensidad del cielo y encontrarlo ahí, en el punto más iluminado, la luna. Cuántas veces habremos deseado tener una vista más acertada para poder ver con claridad todos sus cráteres. Cuántos pensamientos habrán quedado plasmados en su imagen. Y allí seguirán, mientras la luna siga brillando.


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